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El mágico mundo de los hangares

Oct 31, 2016 | 2016, Crónicas

Por Mauricio López Rueda

 

Recorrer nuestros hangares es como adentrarse en el agujero del conejo para conocer un mundo alucinante, mágico. Es como si aquella fantasía de la animación cinematográfica titulada aviones, se hiciera realidad. Y es que allí los seres humanos son pocos, esporádicos y silenciosos, y caminan por las orillas de las calles para no interrumpir el paso ruidoso de esos pájaros metálicos de alas rígidas y patas de caucho. Tenemos 84 hangares en total, en donde dormitan ultralivianos, Pepers, Cessnas, Beech Craft, Twin Commander, Jets y helicópteros, entre otros muchos insectos de diferentes formas y colores.

 

Y en medio del constante zumbido se encuentran los abnegados colaboradores humanos de las aeronaves. Mecánicos, pilotos, abastecedores de combustible, azafatas, policías, vigilantes y demás incansables trabajadores, todos gomosos del aire, de los vuelos, de las distancias lejanas. “Llevo aquí más de 36 años. Fui piloto por más de 20 y soy instructor desde hace 16. Acá soy feliz, entre aviones soy feliz”, dice Julio Enrique ‘Quique’ Consuegra Restrepo, quien voló para Aces y SAM, además de otras aerolíneas. Para él los aviones son como juguetes grandes con los que muy pocos tienen el privilegio de jugar. “Es como si algún científico loco los hubiera hecho gigantes, o al contrario, nos hubiera hecho pequeños a nosotros, como la película. Cuando pequeño jugaba con aviones de plástico y ahora mire, juego con los de verdad”, expresa con una infantil sonrisa.

 
Otro par de personajes que conocen bien la anatomía de los pájaros metálicos, son Jairo Sánchez y Hernando Carvajal, quienes laboran en nuestros hangares desde hace 35 y 46 años respectivamente. “Esto es un enamoramiento extraño. Es como si uno estuviera embrujado. Adoro estas máquinas, las cuido, las mimo, las baño como si fueran mis hijos y las devuelvo al aire en perfecto estado”, dice Jairo, quien se siente mal cuando le toca cuidar y lavar carros. “A veces nos toca hacer eso, y uno lo acepta con resignación, pero no hay nada como cuidar aviones”, señala. Por su parte, Hernando Carvajal, quien llegó al Olaya en 1970, asegura: “Es un trabajo bonito, uno no se hace rico pero se mantiene contento”.

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En los hangares se les hace mantenimiento a los aviones y helicópteros. Desde allí también salen vuelos, ya sean privados, de enseñanza o aerotaxis. Muchas de las empresas más poderosas de Colombia guardan allí sus aviones ejecutivos, pero también funcionan aeroclubes de enseñanza y diversión, pues los ciudadanos pueden contratar vuelos de recreación, por 250 o 300 mil pesos la hora.

 

Las escuelas de aviación también tienen sus espacios, y de día o por la tarde, se ven pasar decenas de jóvenes aprendices de piloto, a quienes se les aguan los ojos cuando ven volar a esos bellos pájaros multicolores con alas de colibrí, esas aves metálicas que parecen tener vida propia, y que han permitido que el hombre haya alcanzado una de sus más grandes metas, colonizar los cielos y vencer el mar y las montañas.

 

Para conocer los hangares, la empresa operadora de nuestras actividades, Airplan S.A, organiza visitas guiadas en donde es preciso hacer un curso de seguridad y portar un carné temporal. De esta manera, los visitantes pueden deambular por estas amplias calles de ese mundo inefable por donde transitan a sus anchas las aeronaves, luego de descolgarse de las nubes.

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