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Tejiendo historias y bendiciones

Oct 29, 2017 | 2017, Crónicas

Por Mauricio López Rueda

Desde Da Vinci hasta Orville Wright, el sueño del hombre por volar no había tenido una historia tan trágica, breve y cercana para los habitantes de Medellín, como la que ocurrió el 30 de noviembre de 1923, en el espacio donde hoy está el Parque de las Luces, antigua Plaza Cisneros, en el corazón del centro de la ciudad, y frente a la estación del viejo Ferrocarril de Antioquia. Allí, Manuel Salvador Acosta, un Ícaro local de tez trigueña y ojos brillantes, convocó a todas las personas que frecuentaban las cantinas y mercados circundantes, y les prometió un vuelo en globo inolvidable.

Sin embargo, a pocos segundos de haberse elevado, Salvita, pues así conocían a Manuel Salvador, se vio vencido por la ley de gravedad y perdió su vida tras golpearse contra el pavimento. La gente, asombrada y triste, guardó aquella imagen para la historia, y durante años, Salvita fue un motivo suficiente para tomar aguardiente y seducir muchachas en la ‘Ciudad de la eterna primavera’.

Mucho mejor le había ido al canadiense John Smith, quien en 1913 llevó a cabo un vuelo en un ligero aeroplano, con despegue y aterrizaje en una manga de la finca de Roberto Medina también en Medellín. Smith ya había dado prueba de su valentía en Barranquilla, un año antes, y les prometió a los medellinenses que volvería a surcar los cielos antioqueños en 1914. Aquella promesa no se cumplió, y los habitantes de la ‘Tacita de plata’ tuvieron que esperar hasta el 5 de julio de 1932, cuando Gonzalo Mejía, emprendedor y visionario, sobrevoló el paisaje montañero de Antioquia piloteando el Marichú, desde Urabá hasta la pista de Las Playas, donde felizmente aterrizó, deslumbrando a cientos de curiosos y dando inició a nuestra historia. La historia del Aeropuerto Olaya Herrera.

Pero esta misma pista, el 24 de julio de 1935, pasaría penosamente a la historia debido a una absurda colisión entre dos aviones que derivó en una tragedia mundial en la cual resultó muerto el ‘Zorzal Criollo’, Carlos Gardel. Con esta letanía de arrabal se bautizó el primer puerto aéreo de los antioqueños. Había nacido el aeropuerto con nombre de mártir y con mártir cantado. Había nacido con mito, como casi todo lo que vuela.

Antes hubo otro paso importante. La misma familia de Gonzalo Mejía, junto a los Olano y Echavarría habían echado a rodar, en 1930, la Compañía Colombiana de Navegación Aérea, transportando pasajeros y encomiendas desde Medellín hasta Puerto Berrío. En 1932 ya tenían una conexión con Bogotá, a lo largo del Magdalena, y ese mismo año, Gonzalo Mejía decidió, que Guayabal era el lugar perfecto para ubicar una pista aérea. Contrataron a la firma de neoyorquina de aviones Curtiss Wright para tal empresa, y muy pronto la pista, de 947 metros, quedó lista para ser inaugurada.

Sin embargo, la iniciativa de la obra se debió fundamentalmente a la Sociedad de Mejoras Públicas y a sus socios, Ricardo Olano y Joaquín Jaramillo Sierra, y su ampliación y posterior desarrollo a Gonzalo Mejía. El aeropuerto inició operaciones en 1933. En 1947, dos años después de la Segunda Guerra Mundial, las pistas del Olaya fueron ampliadas y, por lo tanto, fue menester una reinauguración. El arzobispo de Medellín, Joaquín García Benítez, bendijo las renovadas pistas, desde las cuales salieron ese año 612 viajeros.

La segunda bendición se tardaría un poco más. Se produjo en 1986, un año después del incidente más grave del que se tenga memoria en el puerto aéreo, cuando un avión de Tampa que acababa de decolar presentó problemas en uno de sus motores e intentó hacer un giro para regresar a la pista. La operación falló y el avión cayó en una zona industrial aledaña. También ese año, ante la entrada en funcionamiento del Aeropuerto José María Córdova, en Rionegro, el Olaya fue cerrado y así permaneció durante casi seis años.

Pese a todo eso, ese mismo año los medellinenses se regocijaron con la visita del Papa Juan Pablo II, quien visitó Colombia, e incluyó en su gira a la capital antioqueña. Cientos de miles de feligreses acudieron a la cita con el ministro católico en el Olaya, que en 1991 volvería a ser reinaugurado para que operara desde allí toda la aviación regional.

Desde entonces han sido incontables las historias que han tenido como escenario las salas de espera y las pistas del aeropuerto. Vidas que se han salvado de milagro, sueños cumplidos y familias reunidas. En 1995, el Aeropuerto fue declarado Monumento Nacional, y posterormente Bien de Interés Cultural de la Nación, por su valor arquitectónico.

El 4 de noviembre de 2003 fue inaugurada la Plaza Gardel, donde se han llevado a cabo innumerables eventos culturales que han permitido el empoderamiento del Olaya en sus dos comunas circundantes: la 15 y la 16.

En 2017, este sueño realizado de Gonzalo Mejía cumple 85 años, y nuestro mejor regalo ha sido una tercera bendición, la del Papa Francisco, quien en septiembre celebró una misa campal ante más de un millón de peregrinos de todas partes de Colombia.

En nuestra historia se han tejido algunas tristezas, pero también se han impulsado sueños y aventuras inolvidables que hoy son los cimientos para confiar en un futuro prolongado para esta maravillosa obra que es orgullo no sólo de los antioqueños, sino de todos los colombianos.

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