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El huracán Wojtyla

Oct 18, 2016 | Artículos Patrimoniales

Si Gardel conserva un hálito de grandeza -ayudado por el contingente de seguidores que dedican buena parte de su existencia para preservar la cosmogonía que significa la vida del tanguista más famoso de la historia- ¿qué podremos decir del hombre que encarna el sentimiento místico más profundo de los anales de Occidente? En sus diversas manifestaciones la religión proyecta una preocupación infaltable en todo ser humano: la pregunta por el destino, por el ser, por su sentido. Los seres humanos transitan vacilantes por caminos que la religión y las creencias ayudan a recorrer.

Súmese este punto de partida a la idea de una región que se ha caracterizado por una entrega a sus costumbres cristianas; añádese que se encuentra en un franco proceso de articulación al mundo moderno, donde sus principios tradicionales -que siguen siendo un referente insoslayable-, deben adecuarse a las nuevas exigencias globales.

Esta tensión entre la tradición moral y las nuevas imposiciones culturales universales se traslució con la visita del Papa.

Julio 5 de 1986. Medellín recibe la visita del personaje más importante del catolicismo en el planeta. Nunca antes un Papa había pisado suelo antioqueño, pero eso no impedía que su estela mística marcara a esta geografía a lo largo de su existencia. Aunque su rostro era una imagen familiar en las estampas religiosas y su voz conocida en los mensajes televisivos de la Santa Misa, su humanidad corpórea permanecía lejana.

La ciudad se enfrentó a un reto sin precedentes. Acostumbrada a eventos de poca concurrencia,1 estaba en una encrucijada. La visita de su huésped más célebre la obligaba a hallar un lugar donde concurriera muchísima gente.

Tan pronto como se supo que Medellín haría parte del itinerario papal, las autoridades civiles y eclesiales organizaron una apretada agenda en la ciudad y buscaron los lugares donde convocar las multitudes que lo recibirían. Pero resulta que no había un espacio especialmente diseñado para dichos eventos. Cuando en 1971 algunos entusiastas decidieron realizar un festival con los grupos rock más populares del país, no encontraron lugar más propicio que Ancón, en las afueras de Medellín. Considerando el gran número de personas que con el Papa se harían presentes ¿dónde reunirlos? La respuesta no tardó en llegar: el Aeropuerto Olaya Herrera.

En aquel entonces la discusión acerca del futuro del Aeropuerto con motivo de la puesta en funcionamiento de las nuevas instalaciones del José María Córdova se encontraba en su apogeo, lo que de algún modo contribuyó a que se posaran las miradas sobre el Olaya como lugar ideal para el evento. La pista y los terrenos que posee eran, tal vez, el espacio a campo abierto más adecuado para la circunstancia con que contaba la ciudad.

El Papa Juan Pablo II visitó a Colombia en una gira de siete días, del 1 al 7 de julio de 1986. Debería arribar el 5 a Medellín. Sin embargo, la luz de su presencia era susceptible de opacarse por otro suceso de notable importancia para las pasiones de los colombianos: el campeonato mundial de fútbol celebrado en México, donde se consagraba el nuevo mito Diego Armando Maradona. Las noticias de la radio, la prensa escrita, los noticieros de televisión, giraban alrededor de estas dos espirales emotivas.

Pero lo anterior no fue óbice para que desde un mes antes la prensa se encargara de ambientar la visita papal y darle la suficiente fuerza, a fin de que el periplo del Sumo Pontífice fuera un éxito. El periódico El Colombiano comenzó a entregar un ciclo de reseñas históricas acerca de la vida de Juan Pablo II, así como un análisis exhaustivo de la Encíclica del Concilio Vaticano II, donde aquel se presentaba como un Vicario de la Iglesia renovador y contemporáneo. El Papa se consolidaba como un monarca religioso con alta receptividad entre sus feligreses.

Las autoridades de Medellín no se quedaron rezagadas en materia de promoción. Numerosas columnas de representantes del clero, de personajes de la alta sociedad, de periodistas, entre otros, colaboraban en la constitución de un compromiso de entrega con la visita del jerarcaeclesial. Se efectuó una adecuación de la campaña Amor por Medellín para que fuera desarrollada en conjunto con la visita papal. Pablo Peláez, alcalde de entonces, impulsó una campaña de ornato y civismo para asumirla, convocando a la ciudadanía a que atendiera de la mejor manera a los turistas que llegarían tras su rastro. El Decreto No. 400 del Municipio de Medellín lo declaró huésped de honor. El 30 de junio, último día de espera para el país, la Arquidiócesis local coordinó una‘rezatón` del Santo Rosario en todas las parroquias, para pedir que el máximo jerarca de la Iglesia no tuviera contratiempos ni en el país ni en la ciudad.

En medio de los goles de Maradona, la visita del Papa iba tomando forma. Los primeros días de junio anunció que se reuniría con el jefe de gobierno Belisario Betancur y su gabinete. El país se encontraba con un gobierno de salida y un proceso de paz sin perspectivas inmediatas, a causa del duro golpe de la toma del Palacio de Justicia. La situación se complicó cuando el 13 de junio un grupo insurgente armado, justo cuando se estaba en las jornadas preparatorias de la recepción, irrumpió en las instalaciones del Seminario Mayor de Medellín, donde se alojó el visitante, lo que suscitó el desconcierto y la preocupación de las autoridades y de la población en general. Por otro lado, el movimiento insurgente M-19 propuso una tregua mientras el Papa estuviese en Colombia, lo que destacaba la importancia de la visita para la coyuntura política y social de la nación. Dicha organización sugirió un acercamiento al Pontífice para que facilitara una reiniciación de los diálogos de paz entre el gobierno y la subversión.

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